Gustave Bourgogne (1888-1968) fue una de las figuras más destacadas de un movimiento artístico de las décadas de 1920, 1930 y 1940 que buscaba una síntesis entre las artes visuales y el arte musical. Bourgogne fue uno de los fundadores, en 1932, de la Asociación de Artistas Musicalistas. Estos «musicalistas» buscaban recrear en la pintura la emoción que evocaba una pieza musical: encontrar un equivalente al sonido en el color y la forma pictórica.
En el caso de Bourgogne, la inspiración para este enfoque surgió en 1928, al escuchar las campanas de la catedral de Malinas, en Francia. Gracias a una forma particular de sinestesia, Bourgogne percibía estos sonidos también como colores, y dedicaría gran parte de su carrera a intentar reproducir en sus pinturas las sensaciones que experimentaba al escuchar música. En palabras de Bourgogne, tanto la música como la pintura comparten el mismo «ritmo profundo», que él buscaba expresar.
Bourgogne se especializó en paisajes y bodegones, pero a medida que avanzaba su carrera, se hicieron cada vez más difíciles de distinguir, por su gran expresividad, de sus interpretaciones abstractas y semiabstractas de grandes composiciones musicales. Con frecuencia, los títulos de estas pinturas citan las obras musicales específicas que las inspiraron.